La sagrada tarea de construir una torre

El martes pasado, en el vuelo en que regresaba de Buenos Aires, una persona joven, sentada en el asienta frente al mío, sufrió una descompensación y se desmayó. Inmediatamente, con serenidad, eficiencia y rapidez, las jóvenes que atendían el vuelo, se hicieron cargo del asunto: trasladaron de asiento a las personas vecinas, solicitaron ayuda y trajeron un enorme maletín con lo necesario para la atención. Desde ambas direcciones del pasillo del avión se presentó un médico y entre los dos, la auscultaron, le midieron los signos vitales, la recostaron con los pies en alto, le dieron unas gotas de agua con sal, y en pocos minutos se había recuperado.

Me conmovió comprobar que, a pesar de cuánto valoramos nuestra independencia, autonomía e individualidad, seguimos dependemos de los demás en tantos niveles, incluida nuestra vida; cuánto nos protege, sin saberlo, la disposición eficiente y amorosa con que muchas y muchos hacen su trabajo en bien de todos; cuán generosa es la atención con que los profesionales de la salud están disponibles para ayudar a quien lo necesite en circunstancias excepcionales.

En el evangelio de este domingo, Jesús nos propone reflexionar sobre los desafíos de ser sus discípulos. Entre otras cosas nos dice: “Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este hombre empezó a construir y no pudo acabar”.

La metáfora de la construcción de la torre dice mucho más de lo que aparenta. Simbólicamente toda construcción prolonga y renueva la obra de la creación y ritualiza el paso de lo terrestre a lo celeste; es el trabajo de ampliar el espacio de lo sagrado. La talla de la piedra y la construcción manifiestan la armonización del caos y la transformación de materia rústica en un diseño nuevo, mediante códigos del espíritu. Por eso se habla de geometría sagrada, porque su rigor y método hablan de cómo debe ser orientada la experiencia espiritual.

A lo largo de toda la historia ha habido hombres y mujeres que se han ocupado de acrecentar la presencia de la ternura, de la amorosidad, y cuidado generativo de todo y todos. Siempre ha habido quienes se ven a sí mismos como una energía sanadora que repara, cura, recompone, enmienda todo lo que necesita ser armonizado como el dolor, la violencia, la indiferencia, en los niveles individuales y sociales. Y es maravilloso comprobar cómo, más allá de nuestros temores por la sabiduría actual de la humanidad, esa chispa está viva.

Sin embargo, hoy Jesús nos hace una apasionada convocatoria a formar parte de esta energía de regeneración de la vida en abundancia, siendo consciente, lúcida y comprometidamente sus discípulos. Y para ello recomienda a calcular lo que hace falta, si el entusiasmo, la dedicación, la pasión que ponemos es la necesaria para hacerlo seriamente.

Construir una torre puede parecernos una obra magnifica, muy superior a nuestras fuerzas, capacidades y posibilidades. Es posible que nos sintamos tentados de abandonar la empresa, incluso antes que se nos acaben los recursos. Ante esto, nos pude animar recordar la fábula de un viajero llega a una ciudad donde encuentra un hombre que sudaba copiosamente mientras picaba una piedra, le preguntó qué estaba haciendo, y éste respondió bastante malhumorado: “¿Es que no lo ves? Estoy picando piedras, tengo mucho calor, mucha sed y me duele la espalda, así que mejor déjame en paz”. El viajero continuó caminando y un poco más adelante vio a otro hombre que también estaba picando piedras, aunque con algo de mejor cara. Volvió a hacerle la misma pregunta y el segundo hombre respondió: “Estoy trabajando para ganarme la vida, levantando una pared de piedra. Es duro, pero me pagan lo suficiente para vivir”. El viajero siguió su camino y encontró un tercer hombre que golpeaba vigorosamente una gran piedra con su picota. Le hizo la misma pregunta. El hombre detuvo su trabajo, sonrió y respondió: “Estoy construyendo una catedral”.

Ser discípulo de Jesús y construir una torre tiene la misma dinámica. Se trata de la fidelidad de multiplicar los pequeños gestos cotidianos de cuidado, atención, generosidad, ternura, responsabilidad, etc., como quien practica la tarea sagrada de levantar una torre, ladrillo a ladrillo. ¡Amén!

Ana María Díaz, Ñuñoa, 07 de septiembre de 2025

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