Cáscaras que se rompen

De todo lo que vive, somos los únicos que lo hacemos con la certeza de la muerte. Sin embargo, saberlo, en lugar de permitirnos aceptarlo con naturalidad, nos angustia dolorosamente. Y no estamos hablando solamente de la muerte que da por finalizada nuestra vida. En la angustia de la muerte se incluyen las crueles muertes cotidianas de la dura realidad, todo lo que en ella no se parece a nuestros sueños, de lo que se termina, de lo que cambia sin considerar nuestro acuerdo, de las ausencias breves y las definitivas, como dice Benedetti. Estamos hablando de esa muerte que son las frustraciones, los fracasos, el envejecimiento, las desilusiones, los sueños rotos, los vínculos que se enfrían y las pasiones que se extinguen, como ascuas expulsadas de su fuego.

Ante el desconcierto con que nos preguntamos sobre el sentido de todo esto, y ante la trágica sensación de derrota con que vivimos estas experiencias, en la lectura de esta semana, Jesús nos dice: “Si el grano de trigo no muere queda infecundo, pero si cae en tierra y muere da frutos abundantes”. Y estos pocos versículos nos permiten asomarnos a la respuesta a una de las preguntas más apremiantes que agita el corazón de la humanidad.

Es una devastadora y apasionante experiencia el estar invitados por Jesús a reconocer la fecundidad de la muerte; a creer en la fertilidad de lo que fracasa; a descubrir el sentido que esconde lo que acabó con dolor, lo que no se ha logrado, lo que nunca se tuvo, lo que sólo habita nuestras fantasías, esperando que también germine el revés de lo vivo.

El grano de trigo, bajo la tierra oscura, húmeda y sofocante, siente romperse su cáscara, y confía porfiadamente en que está pariendo una vida que se expande y multiplica. Y nosotros esperamos, ansiamos y estamos preparados para oír y creer esta Buena Noticia, porque la historia de la humanidad está llena de asombrosos ejemplos de hombres y mujeres que no se resignaron ante los hechos que incuestionablemente contradecían sus esperanzas. La humanidad avanza gracias a esos hombres y mujeres que tienen el coraje de creer que es posible corregir la historia y su historia; de esos hombres y mujeres que no se inclinan ante el peso de lo fáctico, que no dan jamás por pérdida la lucha por la verdad, la justicia, el bien, el amor y la belleza; de esos hombres y mujeres, en los que la fuerza de su esperanza, es capaz de vencer la potencia de circunstancias hostiles.

Que Jesús, nuestro grano de trigo, siga alimentando en cada una y en cada uno de nosotros, un corazón contra fáctico, indócil a los hechos y sensible a los soplos del Espíritu para seguir haciendo la experiencia de ser sembrados, de ver romperse nuestra cáscara y renacer multiplicando la vida en abundancia. ¡Amén!

Ana María Díaz, Ñuñoa, 17 de marzo de 2024

 

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