El discernimiento en la espiritualidad franciscana
Creo que algunas consideraciones sobre la vida y la espiritualidad de Francisco de Asís son esenciales
para la comprensión de la espiritualidad franciscana y la contribución que puede dar al proceso sinodal hoy.
De hecho, incluso para nuestros contemporáneos, Francisco sigue siendo una fuente de inspiración constante.
La historia del franciscanismo, por último, puede leerse también como una incapacidad y un fracaso en el
discernimiento comunitario vivo: las tensiones entre 1400 y 1500 entre las 2 tendencias (conventuales y
observantes) dentro de la única orden franciscana no llevarán a la reconciliación, sino a la separación, a la
fractura en 1521 entre 2 familias distintas y completamente autónomas y separadas: los conventuales y los
observantes (situación que aún persiste hoy en la orden de los frailes menores y los frailes menores conventuales). Ciertamente, de estas experiencias traumáticas también se pueden extraer muchas lecciones para nuestro tema.

La experiencia personal de Francisco de Asís
Tanto de los hechos biográficos como de los escritos de San Francisco podemos intuir algunos elementos esenciales de su modo (y del de sus hermanos, discípulos y seguidores) de discernir la voluntad del Señor. De hecho, desde el principio de su experiencia religiosa, Francisco llevó dentro de sí la necesidad de discernir para entender qué hacer y qué es agradable a Dios. Destacaré algunos episodios con números, a modo de lista, para ser más esquemático y -espero- claro.
- El propio Francisco afirma en su Testamento que nadie le dijo lo que debía hacer, sino que el mismo Altísimo le reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio. Esta misma búsqueda, sin embargo, nació de un encuentro con un leproso al que Francisco se sintió inspirado a abrazar y besar. Sabemos por sus hechos biográficos que esta inspiración y conciencia de seguir el Evangelio (en particular bajo la forma del discurso apostólico en el contexto de las bienaventuranzas: id, anunciad el Evangelio, no llevéis dos túnicas ni bastón, etc.) maduró de forma clara durante la escucha del Evangelio en la misa, en la iglesia de la Porciúncula, en un episodio que recuerda un poco el relato relatado por San Atanasio sobre la vocación de Antonio el Grande.
- También sabemos, por sus hechos biográficos, que el inicio de su conversión y sus primeras opciones evangélicas fueron motivadas por un sueño, el que tuvo en Espoleto -durante su viaje a Apulia para participar en una campaña militar y ganar el título de caballero-, en el que el Señor se le apareció y le preguntó: Francisco, ¿quieres servir al siervo o al amo? Y Francisco responde: Al amo. Y el Señor -todavía en su sueño- continúa: entonces vuelve a Asís y allí se te dirá lo que debes hacer.
- Una de las características del proceso de discernimiento que ha acompañado constantemente a Francisco es la verificación eclesial. Demandado por su padre ante el obispo de Asís por haber entregado a los pobres considerables cantidades de dinero y paños preciosos, se desnudó públicamente, devolvió sus ropas a su padre y se puso bajo la protección del obispo que, al acogerlo, le confirmó en la bondad de la inspiración divina que seguía.
- Un par de años después, tras reunir a los primeros compañeros a su alrededor, fue a Roma para preguntar al Papa Inocencio III si aprobaba el estilo y la forma de vida (que se convertiría en el proyecto de la futura regla de los Hermanos Menores), que en realidad consistía en poco más que unas pocas frases del Evangelio, que era el texto inspirador de la nueva experiencia espiritual de los hermanos.
- Hay otro episodio significativo en relación con nuestro tema. Algunos años después del comienzo de su experiencia como menor, a Francisco le asalta la duda de si debe continuar su labor de predicación itinerante o si debe retirarse a la vida eremítica. En esta ocasión, pide a personas de confianza (algunos compañeros y Clara de Asís) que recen para que el Señor les guíe. Este episodio parece recordar un poco la dinámica de elegir entre lo bueno y lo mejor, típica de la segunda semana de los ejercicios ignacianos.
- Hacia el final de su vida, cuando las tensiones en el seno de la Orden eran elevadas sobre cómo debía interpretarse la regla y sobre el estilo de vida de la fraternidad que se había originado a partir de su experiencia (la de Francisco), incluso en este caso -aunque se sintió humanamente marginado por la nueva dirección de la Orden (cf. la famosa historia de la Perfecta Alegría) y percibió el alejamiento de las fraternidades de hermanos de su ideal original- incluso en este caso se remitió -no sin esfuerzo personal- al juicio de la Iglesia manifestado por el Cardenal Protector, el entonces Cardenal Ugolino, que pronto se convertiría en el Papa Gregorio IX. La orientación era, pues, adherirse al proceso de conventualización exigido por el papado a las órdenes mendicantes.
- En algunos momentos de su vida en los que sus enfermedades y los cuidados de los frailes le «obligaron» a mitigar su austeridad, sintió que el criterio de transparencia era siempre esencial: se recuerda el episodio en el que, a causa del frío, los frailes le rogaron que aceptara hacerse coser un trozo de piel en la sotana para cubrirse el estómago. Francisco acepta, con la condición de que la piel sea también visible desde el exterior, para evitar el riesgo de hipocresía.
Me parece que algunas características fundamentales del proceso de discernimiento en la vida de San
Francisco surgen y se convierten en la herencia de la espiritualidad que emanó de él
a. El proceso de discernimiento nunca parte de cuestiones abstractas (de escritorio), sino de las provocaciones concretas de la vida, de las inspiraciones y pensamientos que surgen en el encuentro entre las exigencias y provocaciones de la vida y el deseo sincero y profundo de ser agradable a Dios y de hacer su voluntad.
b. Francisco está constantemente a la escucha de la Iglesia, porque cree que en ella Dios revela su voluntad (aunque no esté en sintonía con los puntos de vista del propio Francisco): tanto en sus instancias institucionales (el obispo, el Papa, el cardenal protector) como en la voz de los hombres y mujeres de Dios, y finalmente también en las palabras y los gestos de los sencillos y de los últimos. Se recuerda este episodio en el que Francisco afirma que está dispuesto a obedecer al último novicio que entró en la Orden porque a Dios le gusta revelar su voluntad precisamente en los pequeños y en los más pequeños.
c. El discernimiento es un proceso que acompaña toda la vida de Francisco y le lleva a un progresivo despojo de sí mismo, incluso de la intuición original de su vocación, en favor de una adhesión cada vez más radical y total al Cristo Pascual.
De hecho, para el propósito de nuestra jornada de reflexión, el proceso de discernimiento, tanto personal como comunitario, en la vida de Francisco y de la primera comunidad franciscana es particularmente
significativo. En los últimos años de su vida, de hecho, se habla de una «gran tentación» que afligió a Francisco durante unos dos años. Los historiadores contemporáneos sostienen que fue precisamente su dificultad para aceptar los cambios «carismáticos» dentro de la fraternidad minoritaria (apoyada por la Iglesia) lo que, sin embargo, Francisco y sus primeros compañeros vieron como una traición al ideal original. 75
La tentación consistía -al parecer- en la posibilidad de hacer valer su identidad y su carisma de fundador (y su conocida e inatacable coherencia evangélica) para imponer sus puntos de vista y su voluntad al grupo
«reformista». Francisco -personalmente- «resuelve» esta tentación de utilizar los «dones de Dios» para imponerse, a través de la experiencia mística de los estigmas, en la que comprende que su vocación es
adherirse a Cristo crucificado (con-crucificado con Cristo, parafraseando a San Pablo) y no utilizar los bienes espirituales para librar una batalla mundana (que es precisamente la imposición de su propia voluntad y de sus propias opiniones). Este es, en cierto modo, el pasaje que son las verificaciones (del intelecto, de la voluntad y del amor) de la segunda semana de los ejercicios de San Ignacio. Como ya he dicho, la historia de la Perfecta Alegría es, en cierto modo, el fruto maduro de esta nueva conciencia y adhesión a la Pascua de Cristo en su propia carne por parte del Hermano Francisco: una conciencia y una adhesión que son al mismo tiempo fruto de un verdadero discernimiento y criterio de nuevas opciones y actitudes, tanto personales como comunitarias.

La experiencia comunitaria de Francisco y la primera comunidad minoritaria
De hecho, como sabemos, la cuestión principal del discernimiento es precisamente el criterio, el «gusto» de Dios, tal como lo definen muchos autores espirituales, que tiene que ver precisamente con la adhesión de la inteligencia y del corazón a la Pascua de Cristo, para que se manifieste en la propia existencia personal y en los acontecimientos de la vida comunitaria y eclesial. La clave del discernimiento comunitario es, ante todo, la auténtica adhesión de las personas a la Pascua de Cristo en sus propias vidas. San Francisco
destaca y muestra esta conciencia de manera particular en sus Admoniciones (que probablemente eran sólo exhortaciones dadas a los hermanos -en el contexto de los capítulos, reuniones, pero también en la vida ordinaria, por supuesto- que se consideran un poco como las Bienaventuranzas franciscanas). En estos textos -dirigidos a los hermanos reunidos en asamblea, a menudo para tomar decisiones- un elemento recurrente es la dinámica (para usar las propias palabras de Francisco) entre el espíritu de la carne y el espíritu del Señor.
En realidad se refiere a dos mentalidades, que en términos actuales podríamos definir como la mundanidad espiritual y la mentalidad eclesial/comunitaria. El espíritu de la carne, en efecto, del que Francisco previene a los frailes, es precisamente la tentación y la tendencia a protegerse sobre todo a sí mismo, incluso a través de la religiosidad, los dones espirituales, las propias virtudes, etc. El espíritu del Señor, en cambio, es la lógica pascual de la semilla que sabe que -si no muere- se queda sola y es infecunda. Por el contrario, el espíritu (escrito con minúscula porque es precisamente una mentalidad) del Señor es la lógica pascual de la semilla
que sabe que -si no muere- se queda sola y es infecunda. En este caso, el criterio del bien y del mal no es el
yo, sino las relaciones: fundamentalmente la que se tiene con el Señor, que se mediatiza, verifica y alimenta con la que se tiene con los hermanos y viceversa. En nuestra tradición franciscana hemos conservado la costumbre de acompañar los procesos de discernimiento comunitario con caminos de formación espiritual que alimenten y profundicen la adhesión de corazón a la Pascua de Cristo como criterio de éxito de la propia vida a nivel personal y comunitario, porque esta adhesión nunca puede darse por supuesta.
En el contexto social del urbanismo y del crecimiento de las ciudades en 1200, el papado vio en las órdenes mendicantes (incluidos los franciscanos) un recurso precioso para la evangelización y la atención espiritual de las nuevas clases urbanas. Esto, sin embargo, supuso una transformación del estilo de vida original en una existencia conventual y sedentaria -no menorgarantizada por la posesión de ingresos económicos, en grandes conventos, con Studia para el estudio y la enseñanza de la teología a los candidatos. Y todo esto comparado con la vida itinerante y «abandonada a la Providencia» del franciscanismo original podría parecer una verdadera traición.
El desarrollo y la práctica del discernimiento en la vida de las comunidades franciscanas hoy
En el contexto cultural y social en el que nació nuestra Orden (el de la Baja Edad Media italiana, sobre todo), la fraternidad se ha caracterizado siempre por una fuerte impronta democrática. Las decisiones
importantes deben ser siempre el resultado del consenso de la mayoría y no deben ser impuestas por la
autoridad. Existe una conciencia compartida de que la instancia más alta de autoridad es precisamente el
capítulo (ya sea a nivel local, provincial o general) con respecto a la respectiva autoridad personal del guardián (superior local), el ministro provincial y el ministro general. En una estructura de este tipo -en la que la autoridad superior es el capítulo- la cuestión de la convergencia y el lento y paciente discernimiento
comunitario son esenciales. Las principales herramientas en este sentido son: la puesta en común transparente de la información sobre el tema a tratar, los estudios en profundidad ad hoc -encargados en su mayoría a terceros «externos» y, por tanto, imparciales-, especialmente durante las asambleas fraternas específicas extraordinarias, la posibilidad de compartir en pequeños grupos y en asamblea los pros y los contras.
A continuación, las decisiones suelen remitirse a la asamblea capitular ordinaria, que tiene lugar en una fecha posterior, de modo que haya tiempo suficiente para que la decisión madure y se comparta lo más ampliamente posible.
Los conflictos y las diferencias de opinión están a la orden del día en un proceso de este tipo, y el camino habitual que se sigue es, una vez más, el de la paciente dinámica de:
a. Un camino de «purificación» personal y comunitaria desde la exagerada focalización en el «yo» hacia una visión más comunitaria y evangélica de los temas (formación espiritual e intelectual sobre el tema).
b. Escuchar a todos los implicados (a nivel personal, de los grupos pequeños y de asamblea).
c. Tener en cuenta las peticiones expresadas también por el disenso (que siempre es libre) y que en
general se considera útil para una comprensión profunda de las cuestiones y para elaborar decisiones lo más compartidas posible.
d. Aplazar la decisión – aun con el riesgo del inmovilismo – hasta que se desarrolle una visión compartida (incluso antes de la decisión). Para evitar este riesgo, la autoridad tiende a fijar un plazo razonable en el que debe tomarse la decisión. Un ejemplo de este proceso fue la redacción de las nuevas Constituciones de la Orden, que implicó a todos los hermanos y a todas las comunidades (durante unos 4 años) mediante cuestionarios y la puesta en común de borradores de trabajo en distintas lenguas, para después confiar la redacción final a una comisión de expertos. A continuación, el texto fue aprobado en tres etapas sucesivas por el ministro general y su consejo, por el capítulo general y, finalmente, por la congregación de religiosos. Todo el proceso duró unos siete años.
e. Otro ejemplo es el siguiente. Para evitar este riesgo de bloqueo, se decidió recurrir al capítulo de la autoridad superior. De hecho, en algunos casos, como por ejemplo en la decisión de reducir el tamaño de algunas provincias, al existir un impasse a nivel local, se realizó un discernimiento y la decisión de reducción fue tomada por el Capítulo General. Esta decisión comunitaria hizo posible que las comunidades y los hermanos implicados aceptaran (en cierto modo de buen grado) la decisión. Ciertamente, no se habría producido la misma adhesión si la decisión hubiera sido tomada individualmente por el ministro general o su consejo.
Otro de los riesgos de esta forma de pensar franciscana es ciertamente el de ser un poco genérico: se está de acuerdo en los principios o valores generales, pero es más difícil pasar al plano operativo, dados los diferentes contextos culturales, sociales y eclesiales en los que viven los hermanos.
Brevemente, creo que los elementos clave en el contexto de nuestra reflexión de hoy son:
a. El cuidado de una formación espiritual que alimente las opciones evangélicas en una lógica pascual según el espíritu comunitario (el espíritu del Señor, diría San Francisco) y no basado en los criterios de mundanidad (incluso espiritual)
b. La escucha de todos y la firme voluntad de tener en cuenta, en la medida de lo posible, todas las
necesidades expresadas, incluidas las de las personas más marginadas.
c. Fomentar la expresión constructiva de la disidencia
d. La lógica de la convergencia: permitir, a través de un diálogo paciente y abierto, en la medida de lo posible, que el bien a elegir y crear surja desde abajo, para un consenso cada vez más global
Fr. Giulio Cesareo OFM Conv, Editor LEV