Apuestas por la verdad del corazón
Como ya estamos al final del año, se activan las miradas evaluativas y proyectivas. Detrás de todo eso, siempre asoma el talante con el que cada uno afronta la vida en general. Legítimamente hay personas más soñadoras y otras más pragmáticas, más utópicas o realistas, más idealista o concretas. Hay mucho para decir de estas clasificaciones, de sus malentendidos y confusiones, pero en general apuntan a describir en qué y cómo las personas fundan la esperanza, en qué basan sus expectativas y cómo deciden qué magnitud deberían tener éstas. Por estos días estas inquietudes vuelven a cobrar preeminencia.

En el evangelio de hoy leemos una vez más el extraordinario relato de la Anunciación. María de Nazareth era una jovencita recién llegada a la madurez que la hacía capaz de ser madre, pero no esperaba serlo tan pronto. Estaba prometida en matrimonio, de modo que debía cuidar especialmente sus gestos y miradas, para no poner en entredicho su honor, el de su familia, ni el de su prometido. En medio de esta situación, le hacen una propuesta de parte de Dios, que echa por tierra todos sus planes. Era el momento menos indicado, porque aceptarla, sin duda tendría un alto costo: Nadie lo entendería, nadie lo aceptaría, nadie le creería. Sin embargo, ella hizo una formidable apuesta de futuro en la que se jugó todo lo que era y todo lo que tenía, y a pesar de los dramáticos momentos que vivió, nunca retrocedió en su apuesta.
La Anunciación es un acontecimiento que ha despertado mucha atención en el arte. Grandes artistas han pintado la escena, tales como Fra. Angélico, Botticelli, Caravaggio, Da Vinci, Tiziano, Jan van Eyck, el Greco, entre muchos otros. Y no es extraño que se haya convertido en un símbolo tan potente, porque la historia de la humanidad está llena de momentos en que muchos hombres y mujeres tomaron la decisión de colaborar, sin importar los costos personales, en el proceso de escribir importantes gestas, a través de las cuales la humanidad dio grandes pasos adelante; colaboraron con la obra del Espíritu en la historia, lo supieran o no, se lo dijeran a sí mismos de este modo o no. La historia no es solo una marea de acontecimientos fruto de dinámicas sociales. También se teje con el imprescindible aporte de hombre y mujeres que han tomado decisiones fundamentales, que han consagrado su vida con fidelidad a causas cruciales.
Hoy, en los difíciles momentos que cruzamos, María nos invita a vivir una historia sublime, hecha de una fe, capaz de confiar en la presencia de un sentido que no se ve; de sensibilidad para apreciar los signos que hablan de consistencia en medio de la precariedad de la existencia; de imaginación para mirar lejos y creer que otro mundo y otra historia son posibles; de libertad para superar los prejuicios, el rechazo, la falta de comprensión y el desdén de muchos; de subjetividad para, en la intimidad del corazón, hacer una apuesta por la verdad propia; de heroísmo para acometer la tarea de estar al servicio de la historia que Dios va tejiendo con la humanidad.
Estamos convocados y convocadas a expresar lo que somos en gestos de confianza en la vida, en la historia y en el soplo que alienta todo. ¡Amén!
Ana María Díaz, Ñuñoa, 08 de diciembre de 2024