EL POLIEDRO Y LA PIRÁMIDE INVERTIDA
“El modelo no es la esfera, que no es superior a las partes, donde cada punto es equidistante del centro y no hay diferencias entre unos y otros. El modelo es el poliedro, que refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él conservan su originalidad. Tanto la acción pastoral como la acción política procuran recoger en ese poliedro lo mejor de cada uno. Allí entran los pobres con su cultura, sus proyectos y sus propias potencialidades. Aun las personas que puedan ser cuestionadas por sus errores, tienen algo que aportar que no debe perderse. Es la conjunción de los pueblos que, en el orden universal, conservan su propia peculiaridad; es la totalidad de las personas en una sociedad que busca un bien común que verdaderamente incorpora a todos.
A los cristianos, este principio nos habla también de la totalidad o integridad del Evangelio que la Iglesia nos transmite y nos envía a predicar. Su riqueza plena incorpora a los académicos y a los obreros, a los empresarios y a los artistas, a todos. La mística popular acoge a su modo el Evangelio entero, y lo encarna en expresiones de oración, de fraternidad, de justicia, de lucha y de fiesta. La Buena Noticia es la alegría de un Padre que no quiere que se pierda ninguno de sus pequeñitos. Así brota la alegría en el Buen Pastor que encuentra la oveja perdida y la reintegra a su rebaño. El Evangelio es levadura que fermenta toda la masa y ciudad que brilla en lo alto del monte iluminando a todos los pueblos. El Evangelio tiene un criterio de totalidad que le es inhe-rente: no termina de ser Buena Noticia hasta que no es anunciado a todos, hasta que no fecunda y sana todas las dimensiones del hombre, y hasta que no integra a todos los hombres en la mesa del Reino. El todo es superior a la parte.”
Evangelli Gaudium 236 – 237

FRAGMENTO DE UNA ENTREVISTA REALIZADA A SANTIAGO MADRIGAL sj (teólogo y profesor en la Universidad Pontificia Comillas, donde imparte la Cátedra en Eclesiología y Teología ecuménica):
“… Apoyado en el poliedro del todo es superior a las partes, la unidad es superior al conflicto, el tiempo es superior al espacio y la realidad es superior a la idea, se abre paso con su formación jesuítica clásica y con unas excelentes dotes para la comunicación, enfocándose en una iglesia cuya viga debe ser la misericordia, uno de los nombres de Dios en la Escritura y el camino del encuentro soñado por el Papa Francisco…

Antes que nada hay que precisar el uso de estas dos imágenes geométricas, cuyo significado se mueve en campos semánticos diversos. La imagen de la pirámide tiene un horizonte muy preciso: se trata de pensar la organización jerárquica de la Iglesia no a la manera de la pirámide eclesiológica medieval, sino a la manera de una pirámide “invertida”, en el sentido de que quien ejerce autoridad en la Iglesia está en la base y no en la cúspide, porque el ministerio en la Iglesia es, como su mismo nombre indica “munus”, es decir, servicio. Esta es una idea que aparece formulada en la discurso del año 2015 sobre la sinodalidad, al que me acabo de referir. Por otro lado, resulta interesante comprobar que esta imagen de la organización ministerial de la Iglesia como una pirámide que debe ser invertida aparece en un famoso discurso de Monseñor Smedt en la primera etapa de sesiones del Vaticano II, exactamente en diciembre de 1962, con el objetivo de criticar la visión de la Iglesia preconciliar como “jerarcología”.

La imagen del poliedro tiene otro horizonte interpretativo, cuyo antagonista es la esfera. Para Francisco, que explica esta imaginería en un famoso discurso donde despliega cuatro principios básicos de su reflexión (el todo el superior a las partes, la unidad es superior al conflicto, el tiempo es superior al espacio, la realidad es superior a la idea), el poliedro viene a salvaguardar las diferencias dentro de la unidad de la realidad, superando la pura uniformidad. Por eso, suele utilizar esta imagen en el diálogo ecuménico o en el diálogo interreligioso, es decir, en la cultura del encuentro…

Sus intuiciones más profundas; la reforma sinodal y misionera dentro de la Iglesia y la ecología integral y de una humanidad hermanada fuera de ella, representan el mejor sueño y el mejor antídoto para esta humanidad»
