Una segregación radical

Seguimos todas y todos tremendamente preocupados por los datos mundiales, regionales y locales que hablan de disminución del crecimiento, inflación, crisis alimentaria e indicios de recesión y estanflación. Una cuestión a tener muy presente en todo esto es el desigual efecto que esto produce en los países avanzados y los demás, así como entre ricos y pobres. Un reciente informa de OXFAM, titulado “La desigualdad mata”, señala que se espera que este año, 263 millones de personas en el mundo pasen a vivir en extrema pobreza.

Además de las dimensiones económicas, políticas, sociales, culturales y otras, involucradas en el tema, el evangelio (Lc.16, 19-31) nos permite recordar la dimensión espiritual inherente a esto, en una de las páginas más tajantes del evangelio de Jesús.

Contó Jesús la historia de un hombre, de nombre desconocido, que era muy rico, vestía con mucha elegancia y comía diariamente como la persona de gusto delicado y exquisito paladar que era. En su portal se sentaba diariamente a mendigar, un hombre muy pobre, harapiento, cubierto de llagas, rodeados de perros que lo venía a lamer, de quien sabemos su nombre: Lázaro. El estómago de Lázaro, adolorido hambre, anhelaba saciarse con las migajas que caían de la mesa del rico. Con el paso del tiempo ambos murieron y conocemos el resto de los hechos.

Con esta historia, la mirada de Jesús descubre para todas y todos la dimensión trascendente, ética y espiritual presente en el tema de la riqueza y la pobreza. En la mirada de Jesús la verdadera indecencia de la pobreza no consiste en primer lugar en la injusticia, el abuso, o la posible ilegalidad en el modo en que el rico obtiene su riqueza. La distancia astronómica entre la abundancia de la mesa del rico y, a pocos metros, el estómago vacío de Lázaro constituye la profunda impudicia de la riqueza. Esa distancia rompe la comunidad humana, provocando una separación tan total que desborda los límites de lo material y se transforma en una distancia trascendente y espiritual, que se reproduce en el cielo.

Cuando reflexionamos sobre la realidad de la pobreza quizás debamos apuntar no solo a las cuestiones sociopolíticas involucradas, sino también a los imperativos morales y espirituales que subyacen. Quizás necesitamos volver a escuchar a Jesús y su propuesta de compasión, misericordia, encuentro fraterno y familiaridad humana, como los acordes secretos que harán posible que la pobreza no siga siendo en la tierra una segregación radical de la comunidad humana, de cuyo escándalo se hace eco el cielo. ¡Amén!

Ana María Díaz, Ñuñoa

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