Sínodo, Concilio, Sinodalidad

El Concilio Vaticano II va rescatar la sinodalidad de la Iglesia, creando el Sínodo de los Obispos para contribuir con el ejercicio del ministerio del Primado de Roma, así como recomendando una efectiva participación de todos los bautizados, en especial de los laicos y laicas, en las comunidades eclesiales, a través de la creación de equipos de coordinación, consejos y asambleas eclesiales. Las conferencias episcopales nacionales y continentales, así como las Conferencias Generales de Obispos de Latinoamérica y Caribe, los Sínodos Diocesanos y la Pastoral de Conjunto, entre otros, son expresiones  del Concilio  que promovió  la vivencia de la sinodalidad en todos los niveles eclesiales.

 La sinodalidad “es dimensión constitutiva de la Iglesia”, de modo que “lo que el Señor nos pide, en cierto sentido, ya está todo contenido en la palabra “Sínodo”

 “Sínodo” es una palabra antigua muy venerada por la Tradición de la Iglesia, cuyo significado se asocia con los contenidos más profundos de la Revelación. Jesús se presenta a sí mismo como «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6), y los cristianos, sus seguidores, en su origen fueron llamados «los discípulos del camino» (cfr. Hch 9,2; 19,9.23; 22,4; 24,14.22).

Etimológicamente, el termino sínodo viene del griego – sin (juntos), odós (caminar) – “caminar juntos” como Iglesia, todos los bautizados, en el ejercicio del sensus fidelium, dado que en la Iglesia todo dice respeto a todos. 

Con un significado específico, desde los primeros siglos se designan con la palabra “sínodo” las asambleas eclesiásticas convocadas en diversos niveles (diocesano, provincial o regional, patriarcal, universal) para discernir, a la luz de la Palabra de Dios y escuchando al Espíritu Santo, las cuestiones doctrinales, litúrgicas, canónicas y pastorales que se van presentando periódicamente.

La palabra griega σύνoδος (sýnodos) se traduce en latín como synodus o concilium. Concilium, en el uso profano, indica una asamblea convocada por la autoridad legítima. Si bien las raíces de “sínodo” y de “concilio” son diversas, el significado coincide. Más aún, “concilio” enriquece el contenido semántico de “sínodo” porque se relaciona con el hebreo קָהלָ (qahal) – la asamblea convocada por el Señor – y con su traducción en griego ἐκκλησία (ekklesía), que en el Nuevo Testamento designa la convocación escatológica del Pueblo de Dios en Cristo Jesús.

En la Iglesia católica la distinción en el uso de las palabras “concilio” y “sínodo” es reciente. En el Vaticano II son sinónimos que designan la asamblea conciliar. Una precisión fue introducida en el Codex Iuris Canonici de la Iglesia latina (1983), en el que se distingue entre Concilio particular (plenario o provincial) y Concilio ecuménico por una parte, y Sínodo de los Obispos y Sínodo diocesano, por la otra.

En la literatura teológica, canónica y pastoral de los últimos decenios se ha hecho común el uso de un sustantivo acuñado recientemente, “sinodalidad”, correlativo al adjetivo “sinodal” y derivados los dos de la palabra “sínodo”. Se habla así de la sinodalidad como “dimensión constitutiva” de la Iglesia o simplemente de “Iglesia sinodal”. Este lenguaje novedoso, que requiere una atenta puntualización teológica, testimonia una adquisición que se viene madurando en la conciencia eclesial a partir del Magisterio del Concilio Vaticano II y de la experiencia vivida, en las Iglesias locales y en la Iglesia universal, desde el último Concilio hasta el día de hoy. (Comisión Teológica Internacional, La Sinodalidad en la vida de la Iglesia, 1,3, 4, 5).

 En la Iglesia primitiva y antigua, la sinodalidad estuvo más presente que en el segundo milenio. Las dificultades y controversias doctrinarias eran resueltas con la participación de las comunidades eclesiales, que siempre precisaban ratificar aún las decisiones tomadas en reuniones de obispos en Sínodos locales y regionales, así como por los concilios como asambleas de obispos más amplias. Con la separación entre clero y laicos, no solo las comunidades fueron alejadas de la toma de decisiones en la Iglesia, como los propios sínodos de obispos fueron siendo eclipsados por el ejercicio de un episcopado de tipo monárquico, incluso el primado romano.

Conversión sinodal

La conversión de la Iglesia es una exigencia permanente. Los Santos Padres hablaban de una Iglesia en continua reforma – ecclesia semper reformanda. El Papa Pablo VI, en la Evangelii Nuntiandi, afirma que la Iglesia, en cuanto santa y pecadora, solo evangeliza en la medida en que comienza por evangelizar a sí misma. El Documento de Santo Domingo (1992), desafió a la Iglesia en el Continente a una conversión pastoral (n 30), que es conversión de la Iglesia en la mentalidad, en las acciones, en las relaciones y en las estructuras. Últimamente, el Papa Francisco en la Evangelii Gaudium habla de la urgente necesidad de una “conversión sinodal” de la Iglesia, que atañe su ser y su quehacer, superando todo tipo de autoritarismo y clericalismo, a través del establecimiento de  relaciones fraternas y solidarias en todos los niveles. La Iglesia es Pueblo de Dios, la comunión de los bautizados, que tiene en la comunidad de la Trinidad su modelo.  En el movimiento de Jesús de Nazareth, que es la Iglesia, hay una radical igualdad en dignidad de todos los ministerios, pues todos ellos brotan del mismo Bautismo, que nos hace cristianos, todos miembros y sujetos de la Iglesia.

Una pirámide invertida

La sinodalidad, subrayó el Papa Francisco en 2015, ofrece «el marco interpretativo más adecuado para comprender el propio ministerio jerárquico». «Si entendemos que, como dice San Juan Crisóstomo, la Iglesia y el Sínodo son sinónimos, también entendemos que en él nadie puede ser elevado por encima de los demás». «Por el contrario, explicó el Santo Padre, en la Iglesia es necesario que alguien ‘se agache’ para ponerse al servicio de los hermanos en el camino». Jesús estableció la Iglesia «colocando el Colegio Apostólico en su cima, en el cual el apóstol Pedro es la roca». Pero en esta Iglesia, «como en una pirámide invertida, la cumbre está debajo de la base». Francisco observó que los que ejercen autoridad «se llaman ministros porque, según el significado original de la palabra, son los menos importantes».

Niveles de sinodalidad

El primer nivel de ejercicio de sinodalidad se lleva a cabo en Iglesias particulares. El segundo nivel es el de las Provincias y Regiones Eclesiásticas, de los Consejos Particulares y especialmente de las Conferencias Episcopales. El último nivel es el de la Iglesia universal. «Aquí el Sínodo de los Obispos, que representa al episcopado católico, recordó el Papa, se convierte en una expresión de colegialidad episcopal dentro de una Iglesia completamente sinodal».

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