Sacudirse el polvo del alma
Cuando las cosas salen mal, nos hacen una zancadilla, recibimos una injusta frase acusatoria e
hiriente, o alguien nos daña de algún modo, todo nuestro ser reacciona con dolor, rabia y
decepción. Toda esta situación es la antesala para hundirnos en un rencor, que nos atrapa con su
canto de sirena, permite que nos veamos haciendo lo correcto mientras el otro está totalmente
equivocado; nos exime de la autocrítica, culpando a otros; nos hace sentir merecedores de toda la
simpatía, mientras apunta al otro como merecedor de todo el rechazo. En definitiva, como dijo
alguien, el rencor es como beber diariamente una dosis de veneno, convencido de que está
matando al otro.

En el evangelio de hoy, Jesús envía a los discípulos a curar, bendecir y anunciar la buena noticia,
dándoles una serie de recomendaciones prácticas y sabías para abordar la misión. Todas son
recomendaciones importantes, pero invito a focalizar la mirada en la última de todas: ¿Qué hacer
si la misión no es bien recibida?: “Y si un lugar no los recibe ni los escucha, al marcharse sacúdanse
el polvo de los pies…”
En un lugar reseco, con escasez de agua, donde la gente se trasladaba principalmente caminando,
el tema del polvo se había convertido en una cultura de rituales y significados. Todo viajero que
había visitado tierras extrañas, antes de entrar a la propia ciudad, realizaba un exhaustivo trabajo
de sacudirse el polvo de la ropa y el cuerpo, particularmente de los pies, para dejar fuera lo
foráneo y no contaminar lo vernáculo.
Sacudirse el polvo de los pies es separar lo propio de lo ajeno, cuidar el territorio autóctono y
dejar que los otros se hagan cargo del suyo; reconocer las propias decisiones, opciones y
búsquedas, distinguiéndolas de las decisiones, opciones y búsquedas de los otros. Es buscar
orientarse por la propia mirada en lugar de actuar por objetivos “otrodependientes”.

Cuando somos hondamente heridos o heridas, comienza un lento proceso de sanación, proceso
que toma su tiempo, pero como nos recordó Shakespeare: “¿Qué herida se curó sino poco a
poco?” Sin embargo, para que nuestras heridas curen bien es necesario acoger la sabía
recomendación de Jesús: necesitamos entender que sacudirse el resentimiento es una declaración
de confianza en la vida; una elección de corresponsabilidad en la creación de realidades nuevas;
una práctica permanente de desarrollo de mayores habilidades humanizadoras; una penetrante
comprensión y expansión de nuestras intuiciones de comunión.
Cuando nos ofenden, estamos invitados e invitadas por Jesús, a tomarnos el tiempo de sacudir el
polvo del corazón, único modo de continuar habitando genuinamente nuestra ciudad natal.
¡Amén!
Ana María Díaz, Ñuñoa, 03 de julio 2022