Rodeos de la compasión

Llevamos cientos de años pensando y proponiendo soluciones para los problemas más cruciales de la
humanidad. Pero, a pesar del empeño puesto, seguimos sin saber cómo terminar con los empobrecidos
de la tierra, con la violencia de la guerra, los abusos del poder, la discriminación y tanto otros
problemas. Muchas personas dedican su vida al estudio de estos temas, con la finalidad de proponer
enfoques de compresión y caminos de solución que sean un aporte, pero sin logros sustantivos. Muchos
piensan que son problema, cuya superación deberá tomar muchos, muchos años. Otros, que son
problemas que nunca se van a solucionar, y solo deberíamos aspirar a que se hagan un poco menos
graves.

Sin embargo, además de los aportes de las ciencias, de las propuestas políticas, de los acuerdos
mundiales, deberíamos seguir explorando los caminos de la sabiduría. Esos mensajes que nos hablan
muy al fondo de nuestra interioridad, donde no solo escuchamos el sonido de nuestra propia
individualidad, sino también los ecos de la unidad que somos como humanidad; ese lugar donde,
aunque sea brevemente, nos percibirnos como uno solo.

En ese lugar es donde Jesús esperaba y espera ser oído, por su auditorio de entonces y por todos
nosotros, cuando contó la Parábola de Buen Samaritano. Recordemos que contó esta historia para
mostrar quién es prójimo de quién: Al bajar desde Jerusalén a Jericó, un hombre fue asaltado, le
robaron todas sus pertenencias, lo golpearon gravemente y lo abandonaron a la orilla del camino.
Pasaron por allí, dos hombres, ambos funcionarios del templo, y ambos dieron un rodeo para esquivar
al caído, y ambos continuaron su camino rumbo a sus quehaceres y a seguir con sus vidas. En cambio,
también pasó por allí un samaritano, un habitante de una localidad discriminada por los judíos, por
considerar que su culto a Dios no era tan verdadero como el de los judíos. Este hombre se detuvo, curó
las heridas del caído, lo subió a su montura, lo llevó a la posada y lo dejó encargado al posadero,
dejándole dinero para su cuidado.

La Parábola del Buen Samaritano es una historia llena de rodeos: el del levita y el sacerdote para no
atender al herido, y el del samaritano de su camino, al detenerse y atender al hombre caído. Sin
embargo, el rodeo más importante, al que apunta Jesús, es el cambio de pregunta de los primeros con
relación a la que se hizo el samaritano. Ellos se preguntaron ¿Qué me puede pasar si me detengo en el
camino? Y es verdad que se podrían atrasar en sus obligaciones, los podrían asaltar a ellos también, el
hombre podría estar muerto con lo que todo se complicaría por el tema de la impureza. En cambio, el
samaritano se preguntó ¿Qué le puede pasar a este hombre si yo no me detengo? Este es el único rodeo
importante, el que proviene de la compasión, el que no piensa en las ortodoxias del culto, en impurezas
y purificaciones ni en el riesgo de la propia seguridad. Es el rodeo que proviene de abandonar el
camino de la autorreferencia para seguir el camino de la compasión; el de reconocerse iguales, uno,
prójimos.

Albert Einstein escribió: “Un ser humano es una parte de ese todo, llamado por nosotros universo, una
parte limitada en el tiempo y el espacio. Experimenta sus pensamientos y sentimientos como algo
separado del resto, una especie de ilusión óptica de su conciencia. Esta ilusión es una especie de prisión
para nosotros, que nos restringe a nuestros deseos personales y de afecto para unas pocas personas más
cercanas a nosotros. Nuestra tarea debe ser liberarnos de esta prisión ensanchando nuestro círculo de
compasión para abrazar a todas las criaturas vivas y toda la naturaleza en su belleza.”

Estamos invitadas e invitados por Jesús a confiar en que el día que rodeemos nuestras ilusiones ópticas
para tomar el camino de la compasión y la misericordia, el día en que haya una humanidad de
samaritanos, la justicia, la paz, el bien, el amor y la belleza tendrán otra oportunidad. ¡Amén!


Ana María Díaz, Ñuñoa, 10 de julio 2022

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