La puerta de la abundancia

Cuando niños, todos hemos dibujado el sol, pintándolo con un intenso color amarillo, con profusos rayos, y muchas veces, con una enorme sonrisa. Desde niños somos sensibles a la importancia del sol como fuente de energía. Sin embargo, además del sol amarillo, existe también un “sol negro”, como dijo Jung, una metáfora para expresar esos tiempos oscuros por los que todos atravesamos. Sin embargo, la visita del sol negro es una fecunda experiencia existencial, nos trae un mensaje que no recibimos por ningún otro medio; viene a romper nuestras seguridades y certezas, a cuestionar nuestras convicciones y amenazar nuestro modo de vivir. Vivir el dolor nos permite hacer una lectura más honda, sólida y consistente de nuestra existencia y reelaborar las miradas, creencias, ritos y costumbres, que le han dado marco a nuestra vida.

El evangelio de este domingo, nos trae ese maravilloso mensaje con la que Jesús resume su misión: “Yo he venido para que tenga vida y la tengan en abundancia”. Sin embargo, tan importante como esta declaración es la advertencia previa: “El ladrón no entra sino para robar, matar y hacer estragos”.

La visita del sol negro es una oportunidad para pensar qué y quiénes actúan como ladrones de la vida en abundancia; qué y quiénes enajenan partes de nuestra identidad y disminuyen la calidad de la vida, impidiéndonos saborear la abundancia de nuestra humanidad.

En el ámbito social roba nuestra vida en abundancia la injusticia, la desigualdad económica, el abuso de poder, la guerra, los fanatismos, la violencia, las limitaciones a la libertad, entre otras situaciones. No puede haber abundancia de vida sino no hay equidad, responsabilidad social, respeto inclaudicable por el medio ambiente, un intercambio generoso y amistad social.

En el ámbito cultural roba nuestra vida en abundancia el perjuicio, la segregación, la frivolidad, el exitismo, la ausencia de empatía social, la desconfianza, la manipulación, entre otras situaciones. Necesitamos animarnos y ensayar una cultura de la amorosidad, capaz de albergar a todos en vínculos cordiales y amables lazos de familiaridad social.

En el ámbito personal, necesitamos correr menos a escondernos en estereotipo y hacer una vida más elegida; vivir menos desarraigados de nosotros mismos y dar más espacio a nuestra genuina identidad; practicar menos conformismo y más valores optados; dejarnos manipular menos y ser más sujetos de nuestro estilo de vida; obedecer menos mandatos sociales y ser más originales; atender menos a la vigilancia social y atrevernos y explorar al outsider que llevamos dentro.

En el ámbito espiritual roba nuestra vida en abundancia, la predicación de la ley, de la doctrina, la norma, el rito riguroso, la preservación de costumbres; la presencia de jerarquías extemporáneas y la escandalosa segregación de género en las estructuras religiosa. La vida en abundancia es el resultado de creer y proclamar al Dios de la sorpresa, de los caminos torcidos, del milagro y la maravilla, de los últimos, del margen y lo extraviado, de la misericordia y las segundas oportunidades.

Estos tiempos nos están formulando una pregunta personal, generacional, social, cultural y espiritual. La respuesta que necesitamos dar, incluye sentir que nunca es tarde para buscar un mundo mejor; tener confianza en el entendimiento y en ser vulnerables a dejarnos afectar por la verdad del otro; ejercer la capacidad de generosidad y reparación para dejar de moverse por la pregunta ¿Cómo puedo preservar mis privilegios?, y pasar a preguntarnos ¿Cómo incrementar los significados de humanización y vida en abundancia por el bien de todo, de todas y todos?

Es hora de responder.

Ana María Díaz, Ñuñoa, 30 de abril 2023

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