El espacio de la fertilidad
Las lecciones que aprendemos en la vida no dependen solo de las experiencias que nos toca vivir. El mayor o menor aprendizaje obedece también a cuán preparados estamos para acoger las enseñanzas, de cuán abiertos a revisar nuestras visiones, de la autocrítica con que nos observamos, y de la paciencia para recorrer los caminos pedagógicos hasta el final. De esto depende cuán hondamente se hunde la vida en nuestro interior, extendiendo las líneas de la vitalidad a todos los rincones de la totalidad que somos.

Este es el tema del evangelio de este domingo, de cuán disponibles estamos para escuchar los mensajes de sabiduría que se nos ofrecen. Jesús, nos cuenta la historia de un sembrador que salió a esparcir la semilla, y nos detalla qué pasó con ella: “Un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se la comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y la ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta. El que tenga oídos que oiga.”
Muchas veces hemos escuchado lecturas moralistas de este texto, como si el acento de este mensaje fuera el cumplimiento, el resultado, lo que hacemos. Sin embargo, el acento de Jesús está puesto en oír. Como todo judío, Jesús sabe que poner en práctica el mensaje espiritual no es resultado del empeño de la voluntad, ni del mérito, ni la disciplina o el esfuerzo personal. De lo contrario no se habría pronunciado a favor del publicano, en lugar del fariseo, de la adultera en lugar de sus acusadores, de los enfermos pecadores en lugar de los sanos y virtuosos. Para Jesús la fertilidad de la siembra tiene que ver con tener oídos para oír.
A lo largo de la vida, todos hemos tenido la oportunidad de comprobar que la gente que vive siendo el principal testigo de sí mismo, no es mucha. La mayoría corremos el riesgo de ser atrapados por una vida reactiva, sumida en el condicionamiento, afincada en el contexto, con esa domesticación que oscurece la mirada, e impiden estar en profundo contacto consigo mismo. Entonces, no es extraño que la vida llegue a tener un sello insulso, de ausencia de pasión, de insipidez y esterilidad. En tal circunstancia, lo frecuente es perder la capacidad de ser conmovidos por inspiraciones intensas que provocan a la acción.
En cambio, hay gente con una vivencia profunda de la intimidad de su alma, donde la vida resuena como un valioso regalo, donde se percibe con claridad el horizonte que enmarca la propia existencia, y el núcleo en torno al cual gira y se proyecta. Hay gente muy consciente del vigor, el significado y sentido en el que está prendida la propia existencia, como fundamento que la sostiene. En ese lugar es donde la siembra puede ser fértil, donde se acoge el regalo de las lecciones más radicales. Es el espacio donde tiene lugar el íntimo dialogo con nosotros mismos, con los llamados de la comunidad humana, y con la gracia del Dios de la Vida en Abundancia.
Estamos invitadas e invitados por Jesús, a escuchar la buena noticia de que en nuestro interior existe un espacio fértil, donde puede arraigar firmemente un maravilloso mensaje. Solo tenemos que darnos tiempo para escucharnos y escuchar, para mirar la vida con asombro, para ver con ojos nuevos lo de siempre, para no dar nada por sentado, y descubrir el milagro en toda manifestación de vida. Estamos invitadas e invitados a darnos el tiempo para experimentar lo sagrado como esa ruptura de la continuidad externa de la vida, que nos ofrece la oportunidad de entrar en el espacio donde nos hacemos preguntas conmovidas, y nos encontramos de frente con la fertilidad de respuestas que nos permiten desbordar los límites que nos han contenido. ¡Amén!
Ana María Díaz, Ñuñoa, 16 de julio 2023