Bajar del sicomoro
A muchas personas les ocurre, por largos períodos, estar muy descontentas con su vida. Se produce una tormenta perfecta por la mezcla de frustración por cosas que no van bien en el presente, con corrosivos sentimientos de culpa, por malas decisiones del pasado, que lastimaron a otros u otras, todo lo cual se completa con la sensación de que el futuro no traerá muchas novedades, o con el sentimiento de carecer de las energías para luchar por él. Todo esto produce la dolorosa convicción de haber desperdiciado la vida sin remedio. Y aunque algunas cosas vayan bien, no alcanza a ser el consuelo suficiente como para recuperar la confianza o la esperanza en la vida.

Eso le ocurría al personaje central del evangelio (Lucas 19,1-10). Zaqueo era jefe de publicanos, esos hombres que trabajaban para el invasor romano, cobrando las cargas tributarias impuestas a su pueblo. Zaqueo se había convertido en un hombre pesimista, que siempre espera lo peor de todo y de todos. Sus compatriotas lo miraban con profundo rechazo y desprecio, pero al mismo tiempo con envidia, a causa de su cada vez mayor riqueza, lo cual hacía más enconado aún su rechazo. Él los despreciaba tanto como ellos. Se creían mejores que él, porque no se mezclaban con los paganos invasores, pero no eran mejores que los romanos. Tampoco estaba contento consigo mismo. El camino que había tomado, con el paso del tiempo, había llenado de amargura su corazón, y del vacío más absoluto. Muchas veces se sentía muy culpable por ser cómplice del abuso del imperio, sacando beneficio, especialmente con la mayoría del pueblo pobre.
Cuando Zaqueo supo que Jesús estaba en Jericó, se unió a la muchedumbre que lo seguía y quería verlo, para lo cual se subió a un sicomoro del camino, a esperar que pasara. En el Medio Oriente, especialmente en Egipto, el sicomoro es muy simbólico, por ser considerado el árbol que da cobijo y alimento a los muertos. Así es como se sentía Zaqueo, como un muerto en vida, subido en el sicomoro, esperando, sin saber a ciencia cierta qué esperaba. Cuando Jesús levantó la mirada y se encontró con los ojos de Zaqueo todo cambió, y cuando lo urgió a bajar rápido del sicomoro, la vida de Zaqueo cambio para siempre.

Todos y todas estamos invitados por Jesús a perdonar, pedir perdón y perdonarnos, a confiar en el presente, a fortalecer nuestra energía y hacer apuestas vigorosas y esperanzadas en el futuro. Estamos invitados e invitadas a bajar rápidamente de los sicomoros de nuestra vida y a experimentar, como Zaqueo, que la salvación ha llegado a nuestro corazón. ¡Amén!
Ana María Díaz, Ñuñoa