Tiempo de despertar
Por esta época nos preguntamos con esperanza, algo de desaliento y no poco escepticismo, si aún habrá un modo de resolver los graves problemas que nos aquejan como humanidad. Se hacen intentos y hay propuestas. Sin embargo, más allá de algunos logros en unos u otros aspectos, la verdad es que no tenemos respuesta efectiva a nuestros gravísimos problemas, tales como la pobreza, la violencia, el desastre ecológico, la corrupción, por nombrar solo algunos de los más capitales. Tal vez deberíamos preguntarnos si no se trata, en lugar de buscar resolver los problemas, de apuntar a resolvernos a nosotros mismos. De eso se ocupa este comentario.
Hoy iniciamos el año litúrgico con el primer domingo de Adviento, el tiempo de preparación a celebrar el nacimiento de Jesús, a la vez que de renovar las esperanzas acerca de nuestro mundo. Por eso, el evangelio de hoy, nos señala un camino a seguir para hacernos cargo de nuestro corazón y de nuestro tiempo.

Hoy, Jesús, nos dice: “Estén preparados y vigilando, porque no saben cuándo llegará ese momento. Cuando un hombre va al extranjero y deja su casa, entrega responsabilidades a sus sirvientes, cada cual recibe su tarea, y al portero le exige que esté vigilante. Lo mismo ustedes: estén vigilantes, porque no saben cuándo regresará el dueño de casa, si al atardecer, a medianoche, al canto del gallo o de madrugada; no sea que llegue de repente y los encuentre dormidos. Lo que les digo a ustedes se lo digo a todos: Estén despiertos.”
La metáfora de dormir y despertar es el símbolo universal que expresa el proceso de transformación espiritual. Estar dormidos, quiere decir, experimentar la vida como una caótica vorágine de situaciones, vividas en forma fragmentada, fortuita, como llegada y partida de experiencia sin conexión, sin sentido, sin una comprensión totalizada, porque, en general, nuestra conciencia ordinaria del mundo es muy parcelada, engañosa e ilusoria. En cambio, despertar es vivir una experiencia de transformación de la conciencia, que proporciona una sabiduría ampliada, una percepción más completa, con una mayor sensación de estar verdaderamente presente en la vida; darse cuenta con mayor lucidez por dónde pasan las corrientes de la vida y el horizonte que orienta a la vida en abundancia.
Con el urgente llamado de Jesús a estar despiertos y vigilar, podemos darnos cuenta de que no vamos a ser capaces de revertir el desastre ecológico mientras no comprendamos que, como humanidad, vivimos el momento decisivo en que, caídas las escamas de nuestros ojos, descubramos que no somos una casualidad perdida en la soledad cósmicas, sino que hay una voluntad universal de vida, la llamemos como la llamemos, que converge y se concentra en nosotros. No somos un ente pasivo del mundo, somos el eje ecobiopsicosocioéticocósmicoespiritual de la evolución, el imprescindible punto de partida y el necesario punto de llegada de la armonía del universo. (Teilhard de Chardin).
Tampoco vamos a superar los problemas de injusticia, pobreza y desigualdad mientras no comprendamos que en la fraternidad se realiza la experiencia de unión con todos los seres humanos, de solidaridad humana, de reparación humana. La fraternidad se basa en la experiencia de que todos somos uno. Las diferencias en talento, inteligencia, conocimiento, son insignificantes en comparación con la identidad de la esencia humana común a todos. Para experimentar dicha identidad es necesario penetrar desde la periferia hacia el núcleo. Si percibo en otra persona nada más que lo superficial, percibo principalmente las diferencias, lo que nos separa. Si penetro hasta el núcleo, percibo nuestra identidad, el hecho de nuestra hermandad. Esta relación de centro a centro -en lugar de la de periferia a periferia- es central para nuestras expectativas sobre la humanidad. (Erich Fromm).
No vamos a ampliar nuestra espiritualidad mientras no comprendamos que la vida espiritual, y el verdadero culto a Dios, consiste en una mirada poética a la existencia humana, en la que el sueño parezca más real que la idea, la intuición más importante que la reflexión, el lenguaje del deseo más fuerte que el de la realidad; donde la espiritualidad sea la familiar poesía que nos comunica con un infinito desconocido, como el doblez visible de una misteriosa y oculta eternidad. La fe es sobre todo una transmisión existencial, un mensaje a descubrir en la propia experiencia, un reconocimiento en sí mismo de los aspectos y las fases de maduración y desarrollo personal que encierra la experiencia espiritual. (Eugen Drewerman).
Estamos invitadas e invitados a dejar que, al fondo de nuestra humanidad, resuene hondamente el apremiante mensaje de Jesús: “Lo que les digo a ustedes, se lo digo a todos: Estén despiertos».
¡Feliz Adviento para todas y todos!
Ana María Díaz, Ñuñoa, 3 de diciembre de 2023