Soplos Generativos
Una de las experiencias más significativas de los últimos años ha sido el encierro de la cuarentena.
Sin embargo, en cierto modo, el enorme aumento de la delincuencia ha traído como consecuencia
una situación semejante: hay que recogerse temprano, hay lugares donde no se puede ir, hay que
tomar muchas precauciones, hay que desconfiar, en fin, vivimos encerrados en el temor.

La vitalidad nos impulsa a salir, a encontrar a los y las demás, a hacer cosas con otros y otras, a
compartir el tiempo libre. Por eso el encierro, cualquier forma de encierro, es una suspensión de la
vitalidad, un recorte de la vida, un desperfilamiento del don de la vida en abundancia. Este
vaciamiento del contenido de la vida es lo que Nelson Mandela, tras su largo encarcelamiento,
describió en su biografía diciendo: «Te encuentras cara a cara con el tiempo y no hay nada más
aterrador que estar a solas con el puro tiempo».
Es que cualquier encierro obligado nos coloca en una situación completamente opuesta a aquella
que nos regaló el Soplo original, ese que nos llamó a vivir, a amar y confiar en la vida; a tener
planes, vínculos y deseos que nos impulsan a apostar por salir de nosotros mismos, entrar en la
corriente de la vida y concretar nuestros proyectos. Por eso, podemos decir que el soplo generativo
que nos dio vida está hecho de esperanza. Nuestro deseo de vivir se nutre de nuestras
representaciones de futuro que afloran en el horizonte de aquello a lo que aspiramos.

Este domingo celebramos la fiesta de Pentecostés, en la que hacemos memoria del momento en que
los discípulos y discípulas de Jesús, después de su muerte, llenos de recelo, se ocultan a puertas
cerradas, por temor de ser objeto de la persecución de los judíos. Entonces reciben la visita de Jesús
resucitado, trayendo el soplo generativo que los rescata del pavor, la inseguridad y el sentimiento de
amenaza. Un soplo que abre las puertas del encierro, los reinstala en la vitalidad y la misión, al
tiempo que les permite recuperar todas las virtudes inherentes a vivir esperanzadamente.
No estamos condenados a la angustia de las puertas cerradas. Estamos invitados e invitadas a cruzar
la puerta que nos lleva a la seguridad de los que aún creen que la humanidad es una familia, de los
que aún no han renunciado a sus sueños por imposibles, de los que creen en el milagro de renacer
en medio de tanto golpe de muerte, de los que porfiadamente militan en la bondad y el bien para
todos, de los que aún creen posible abrir los oxidados canales que conectan con nuestra profunda
consciencia de comunión y con nuestra vocación de no estar completos si no somos un genuino
“nosotros”.
El generativo soplo del Espíritu nos sigue invitando a una vida de puertas abiertas. ¡Amén!
Ana María Díaz, Ñuñoa, 5 de junio 2022
