Lo excepcional es la categoría más amplia
Por períodos de tiempo, a muchos de nosotros nos pasa, sentir que nuestra vida parece trivial, anodina, carente del interés suficiente como para elevar el tono de nuestra existencia. Una causa importante de esos estados de ánimo, es el relato que hacemos de nuestra vida. La cultura nos provee tempranamente de un patrón biográfico, para contar nuestra historia, que no encasilla en lo común a todos, en lo que está previamente pautado, en lo que es esperable que vivamos. Todo ello con una estructura narrativa que nos convierte en un producto en serie. Parece estar pensado para desconocer el talante más singular, quitando el asombro, la magia y maravilla de nuestra originalidad.

De esto trata el evangelio de este domingo, del extraordinario momento en que dos hombres se encontraron con la singularidad de su vida y tomaron total conciencia de ello. El evangelio cuenta que era un día perfectamente normal, cuando Juan Bautista estaba por ahí, con dos de sus discípulos, Andrés y Juan. Entonces, ve pasar a Jesús y se los señala diciendo: “Ese es el cordero de Dios”. Muchos profetas, entre ellos Isaías y Jeremías, habían anunciado la llegada de un servidor de Dios, dulce como un cordero.
Es claro que estos dos hombres no querían que su vida fuera una pura rutina sin sustancia. Ellos buscaban, se interesaban, querían encontrar “algo”. Por eso eran discípulos del Bautista. Y por eso, ante su indicación, siguieron a Jesús a su casa, y hablaron largas horas con él. Ese encuentro fue tan definitivo que, en su relato, Juan no pudo dejar de señalar el acontecimiento, distinguiendo el momento del resto de momentos ordinarios, y sienta el hecho, acotando que cuando se encontraron con Jesús, eran como las 4 de la tarde.
La memoria codifica con fechas y horas los eventos más importantes que almacena para poder recuperarlos. Un especialista en el tema dice: “Más tarde o más temprano, algo parece llamarnos para que sigamos un camino determinado. Uno puede recordar ese “algo” como un momento señalado…, cuando un impulso repentino, una fascinación, un giro peculiar de los acontecimientos le sorprendió como una anunciación: esto es lo que debo hacer, esto es lo que he de tener, esto es lo que soy.” (James Hillman).
Nuestra vida está llena de estas de epifanías esenciales, momentos que han hecho y hacen aflorar nuestra singularidad más original. Sin embargo, una narración biográfica estándar arranca esos momentos del relato y los relega a rincones olvidados, a pesar de lo clave que han sido en la epopeya de nuestra vida. Necesitamos descubrir estructuras de ordenamiento y lenguajes narrativos, que en lugar de “desnarrar” nuestra vida, pongan de manifiestos nuestra singularidad, hagan aflorar esos momentos que nos han hecho coincidir con quien somos. Así podremos ser más fieles a nosotros mismos, y honrar mejor el amoroso cuidado con que la ternura de Dios nos va instalando en la vida.
Narrarnos desde lo común que vivimos no sirve para reconocernos, porque “lo excepcional no puede entenderse como una ampliación de lo corriente. Tanto lógica como causalmente, lo excepcional es decisivo porque introduce, por extraño que pueda parecer, la categoría más amplia.” (Edgar Wind).
No dejemos que se nos arrebate nuestra verdadera historia, no perdamos calidad en el contenido de nuestra vitalidad, no nos resignemos a ser contados en serie. Y para reconocer más hondamente lo más verdadero en nosotros, para estar más en contacto con quienes somos y con lo que buscamos, tenemos que hacer lo que nos enseñan Andrés y Juan: estar más atentas y atentos para reconocer y celebrar, sacudidos y deslumbrados, esos momentos en que son las 4 de la tarde en nuestra vida. ¡Amén!
Ana María Díaz, Ñuñoa, 14 enero 2024