Ética de la expectación

Los tiempos difíciles, como los que vivimos, nos ponen en graves riesgos: nos confunden y arrastran a seguir posturas profundamente equivocadas. El primero y más importante de estos riesgos es perder la esperanza, dejar de confiar en que nuestros anhelos pueden llegar a hacerse realidad. Entonces, actuamos como si nada tuviera importancia, nos auto centramos, el interés propio se vuelve el único criterio, y el dinero parece el fetiche que puede comprarlo todo, como en un caso que he conocido, donde alguien defendió comportamientos vandálicos y destructivos en un colegio, diciendo: “para eso pagamos”.

También eran tiempos muy difíciles los de Juan Bautista, un gran protagonista del tiempo de Adviento, a quien volvemos a encontrar en el evangelio de hoy, anunciando que los tiempos están maduros, lo cual provoca que mucha gente se acerque a preguntar qué hay que hacer: el que tenga dos túnicas que regale una a quien no tiene, quien tenga comida, que la comparta, el que cobra impuestos que cobre lo justo, el que guarda el orden y la seguridad que no abuse. La narración nos habla de movilización, de interés, de ganas de sumarse. Todo esto se resume en una bella frase: “el pueblo estaba en expectación”.

La expectación es el movimiento psicoespiritual del corazón ante la inminencia de un gran acontecimiento, y se produce por la intensidad de la esperanza, la urgencia de la necesidad, la cantidad de gente que la comparte, y la activación que genera. La expectación es una acción, no una situación, como bien sabía Juan Bautista. Por eso, explícitamente traduce la esperanza en una ética de la expectación. Esperar tiempos nuevos implica ponerse a trabajar para empujar su advenimiento; porque la expectación despierta la íntima convicción de que todo va a mejorar, de que “nuestra condena ha sido cancelada” y ya no es necesario resignarse ante lo que parece imposible; porque la expectación nos sumerge en una corriente de comunión con cientos de miles, garantiza que no estamos solos, y nos regala un atisbo de fraternidad universal; porque la expectación nos hace vivir y actuar como si las promesas de un mundo mejor ya se hubieran cumplido, lo cual nos llena de un inquebrantable impulso vital y de una notable fortaleza para sobre llevar las dificultades del presente.

Recordemos que la humanidad se ha renovado a lo largo de la historia en momentos de gran agitación social y política; en tiempo de perturbación moral y abuso de poder. Esos son los tiempos que producen una profunda transformación espiritual. Es la aguda necesidad humana, la que hace aflorar una respuesta espiritual nueva. Juan Bautista lo sabía por eso invitaba a sumarse al advenimiento de un tiempo nuevo, practicando la ética de la expectación.

La expectación es la sabía que nutre la existencia, en tanto que mira el futuro con esperanza, lo profetisa, lo reclama y lo convoca, hasta convertirlo en presente. La expectación nos reúne, nos pone a caminar, nos alienta y abre las puertas a un mañana mejor. Es tiempo de reflexionar sobre lo que debemos hacer. Estoy segura que Juan Bautista nos recomendaría renovar nuestra confianza en la obra del Espíritu en la historia, ejercer a fondo la libertad de elegir la propia actitud ante los tiempos difíciles, hacernos parte de una comunidad de expectación con una participación activa en consolar al que sufre, tener presente que no siempre podemos hacer grandes cosas, pero siempre podemos poner un amor muy grande en todo lo que hacemos, afinarnos como instrumento de esperanza, limpiando el corazón de todo lo disonante, recordar que las peras más hermosas, fragantes y sabrosas no las dan los perales, las dan los olmos, y orar como adultos y adultas, con disposición a pedir a Dios confiadamente, y también a abandonarnos esperanzadamente.

Estamos invitados e invitadas por Juan Bautista a renovar la esperanza en tiempos nuevos, practicando la ética de la expectación ¡Amén!

Ana María Díaz, Ñuñoa, 15 de diciembre de 2024.

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