Diálogo y gratuidad
“Dialogar según San Francisco de Asís es muy fácil”; es un estribillo que oímos repetirse con creciente insistencia, sea en el mundo de las relaciones entre cristianos sea en el de las relaciones entre las diferentes religiones. La expresión, que ya ha dejado de sorprendernos, nos lleva a la simpatía universal hacia el Pobrecillo. Somos cada vez más conscientes de que San Francisco no es de nuestra exclusiva propiedad; no porque haya llegado a ser un extraño para nosotros, sino por el hecho que nos remite a aquella dimensión humana y evangélica que ha hecho de él el hermano de todos.
Para quien se inspira en el Evangelio, siguiendo a San Francisco, la apertura al diálogo ha llegado a ser empeño de fidelidad y de responsabilidad y método de misión.
Pero el diálogo, antes que ser método de misión, deberá ser experiencia de vida. Dios ha querido establecer la comunión con nosotros mediante una relación ininterrumpida. Nuestra historia, iniciada con el diálogo entre Dios y Adán, es una experiencia de relación en la que Dios toma la iniciativa llamándonos por el nombre: al hombre le corresponde la libertad y la responsabilidad de la respuesta.
Incluso nuestras relaciones con los hermanos se expresan en el diálogo, que nos revela la riqueza de los dones que Dios ha puesto en cada uno de nosotros; nos permite, en el intercambio fraterno, comunicarlo y descubrir en nosotros mismos recursos insospechados y signos de auténtica relación.
Esta experiencia de la relación dialógica con Dios y con los hermanos conduce a un particular tipo de misión. Es la misión del anuncio de la buena noticia que nos introduce en este nuestro mundo, que en muchos aspectos estamos tentados de rechazar, luz y confianza; se trata de una nueva cultura, la evangélica, la cultura de la fraternidad, de la armonía y de la comunión con toda la creación.
Naturalmente, antes que embajadores hay que ser expertos del diálogo vivido concretamente en nuestras Fraternidades; las comunidades cristianas deberán alimentarse de confianza recíproca, acogiendo la diversidad y valorándola, ejerciendo una mutua corrección fraterna, en la profundidad de la reconciliación obrada por nuestro Señor Jesucristo.
El diálogo es una realidad maravillosa, pero para llegar a ser estilo de vida tiene necesidad de una larga maduración y de un serio empeño; por tanto, es necesario un camino de formación que abarque la existencia entera. Por esto agradezco a los hermanos que se han puesto al servicio del diálogo con los demás hermanos, poniendo a su disposición el presente subsidio; será ciertamente una ayuda para todos aquellos que quieran redescubrir y vivir el Evangelio según el testimonio y la espiritualidad de San Francisco de Asís, un hombre y cristiano universal. Fr. Giacomo Bini (Ministro General)

Características del diálogo
El diálogo tiene necesidad de un clima y de un ambiente apropiados, tiene sus propias leyes que hay que aprender. Algunas orientaciones concretas pueden servirnos de ayuda.
El respeto a la persona
Dado que el diálogo consiste en una comunicación espiritual, es necesario acoger a la persona como interlocutor digno de ser escuchado. “El aspecto más sublime de la dignidad del hombre consiste en su vocación a la comunión con Dios” (Gaudium et Spes 19). Si Dios ha tomado en serio a cada hombre y mujer y ha querido llamarnos a todos, sin excluir a ninguno, a vivir en comunión con Él, entonces también para el diálogo hay necesidad de ‘creer’ en el hombre, en sus posibilidades y capacidades. No todas las ideas tienen el mismo valor, pero todas las personas si: éstas tienen un valor infinito.
Confianza en la posibilidad de alcanzar la verdad
Para establecer un diálogo es necesario creer en que es posible, por encima y más allá de las diferencias. El presupuesto irrenunciable es creer que existe la verdad y que todo hombre y mujer pueden alcanzarla. No hay problemas de comunicación que no puedan resolverse, excepto el obstinado rechazo del hombre. La raza, la cultura, el sexo, la lengua o la edad no constituyen barreras para el diálogo.
La naturaleza racional, común a todos los hombres; permite al hombre superar estos estrechos límites y abrirse si quiere a una dimensión universal en la que es posible el diálogo.

Una identidad clara
“La claridad ante todo: diálogo supone y exige comprensión” (Ecclesiam Suam 196). El diálogo no parte nunca de cero, no se hace tabla rasa antes de empezar a dialogar. Son siempre personas que dialogan, cada una con su propia identidad e historia. La claridad en el diálogo exige no esconder, en aras de una falsa reconciliación, la propia identidad, que nunca puede llegar a constituir una ofensa.
“En la perspectiva del diálogo entre las culturas, no se puede impedir a uno el proponer al otro los valores en los que cree, siempre que esto se haga en el respeto a la libertad y a la conciencia de las personas” (Mensaje en la Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de 2001, 14). A la luz de esta clara identidad y con la ayuda del Espíritu que guía hasta la verdad plena (cf. Jn 16,13), es posible descubrir lo que hay de positivo, de aceptable, de enriquecedor en el otro, sin abandonar apresuradamente las propias convicciones. El diálogo busca la convergencia en lo que une a la luz de la verdad.
Reciprocidad y paridad
Sobre todo en el ámbito religioso el diálogo es el medio privilegiado para establecer una comunicación y para desarrollar la comprensión, el respeto, el amor recíproco.
Sirve para comprender y hacer entender. “Hay en todo esto una exigencia de reciprocidad. Atenerse a tal criterio es el empeño de cada una de las partes que quieren practicar el diálogo y es condición previa para llevarlo a cabo. Es necesario pasar de una posición de antagonismo y de conflicto a un nivel en el que uno y otro se reconocen recíprocamente socios” (Ut unum sint 29). Puede existir reciprocidad solamente si se colocan sobre una base de igualdad. El decreto conciliar sobre el ecumenismo habla de un diálogo “de igual a igual” (Unitatis Redintegratio 9). Esto no quiere decir que a los participantes en el diálogo se le exija la renuncia a las propias íntimas convicciones: condición del diálogo no es el indiferentismo doctrinal, sino el abstenerse de formular juicios sobre la honestidad del interlocutor y sobre la voluntad de la fidelidad a la verdad.
La ley de la gradualidad
El diálogo es un camino común en la búsqueda de la verdad. Tiene necesidad, por lo tanto, de tiempo y de ritmo adecuados. El paradigma siempre actual es el de aquel padre de familia del evangelio, que saca del arca lo antiguo y lo nuevo, adecuándose prudentemente a las circunstancias, según las necesidades del interlocutor. A la verdad no se llega de golpe, sino solamente con esfuerzo y fatiga. A veces, más que el diálogo doctrinal, es el simple contacto humano el que permite establecer una corriente de simpatía y de confianza. Otras veces, sin embargo, la fuerza de los prejuicios, la manipulación del lenguaje y el abuso de la palabra, el peso de la memoria influyen de tal modo que hacen prácticamente el diálogo imposible, o que avance solo en medio de grandes dificultades, sospechas y desconfianzas. El diálogo, en estos casos, permanece a veces solo en la intención de uno de los interlocutores, como una mano tendida, esperando la ocasión propicia para retomarlo.
Extracto basado en la lección 15,16,17, y 18 del Curso de Carisma Misionero Franciscano