Señales de reconocimiento

Vale la pena detenernos en tres hechos este domingo. Antes de la pandemia, había alrededor de 795 millones de personas en el mundo que no tenían suficientes alimentos para llevar una vida saludable y activa. El deterioro mundial de la economía, que hemos vivido estos años, ha hecho que esa cifra aumente extraordinariamente, así como la población mundial que vive en precariedad alimentaria, que son quienes no tienen el alimento asegurado en su futuro inmediato.

La palabra compañía – que viene del latín – literalmente quiere decir compartir juntos el pan; compartir el pan del afecto, del encuentro humano y la convivencia. Somos una relación, como decía Martin Buber. Los organismos internacionales de salud, vienen advirtiendo desde hace algunos años que la soledad es la mayor epidemia que nos acecha. Mundialmente han aumentado las cifras que reportan sentimiento de soledad, como experiencia subjetiva, y aislamiento social de facto, especialmente en personas mayores, todo lo cual influye en la salud en general, y en la salud mental en particular.

Si bien las cifras no son lo importante, no dejan de ser expresivas. Esta semana se conocieron los resultados de la encuesta Bicentenario de la Universidad Católica, que se viene realizando desde el 2006, año en que el 63% de los jóvenes entre 18 y 34 años se declaraban católicos. Los datos conocidos ahora muestran que solo el 36% de los jóvenes se declaran católicos, mientras que el 41% reconoce no profesar ninguna religión, siendo la primera vez que estos últimos superan a los primeros.

El evangelio de este domingo trata de estos temas. El texto nos trae de vuelta el relato de los peregrinos de Emaús, una bellísima narración que pone en evidencia que estos discípulos, a pesar de su duelo por la muerte de Jesús, no lo reconocen al verlo personalmente, no lo reconocer al caminar con él, ni lo reconocen al escuchar sus fundadas explicaciones sobre las Escrituras. Solo caen en cuenta cuando sentados a la mesa lo ven partir y repartir el pan. Este gesto devela quién es ese desconocido y quiénes son ellos; devela el sentido hondo de la propuesta de Jesús y los abre a una misión; los rescata de estrechos marcos de compresión y los instala en la profundidad, totalidad y extensión del mensaje que tocó su corazón. Se trata de vivir un discipulado que parte y reparte el pan.

Necesitamos dramáticamente seguir tomando medidas para que los más de 800 millones que hoy pasan hambre, lleguen a tener alimento suficiente y saludable, especialmente los niños. Todos y todas podemos hacer algo por los que están cerca nuestros.

Necesitamos dramáticamente multiplicar los espacios de encuentro para las personas que viven soledad, favorecer el encuentro, las actividades y los vínculos que rescatan del sentimiento de estar de sobra.

Necesitamos dramáticamente el pan de un alimento espiritual creíble, democrático e inspirador; necesitamos comprender que la experiencia de Dios no puede ser materia de una institucionalidad poderosa, de un atrincheramiento dogmático o una legalidad rigorista. Se trata de una reverencia al misterio de la totalidad que somos, de un camino de sabiduría amorosa, de una pedagogía sanadora y del cultivo de esa densidad humana capaz de hacer visible a Dios.

Que Jesús resucitado nos siga convocando a sentarnos a la mesa común que devela quiénes somos y de qué se trata nuestra fe: del gesto sacramental de partir y repartir el pan, dando señales de reconocimiento mutuo. ¡Amén!

Ana María Díaz, Ñuñoa, 23 de abril de 2023

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