La historia de las Hermanas María Javier y Guillermina que entregaron su vida, atendiendo a los enfermos de peste bubónica

No la busques…esta historia no está en el Evangelio, pero está llena de Evangelio…Es la historia de dos semillas que una mañana cualquiera se abandonaron en las manos del Sembrador…

 

¿Sus nombres? Hermana María Javier y Hermana Guillermina.

Poco o casi nada sabemos de sus vidas antes que llegaran a Argentina.
Ante la voz que las inspiró: ¿“A quién enviaré?”, respondieron: “Envíame a mí”…
Generosamente dejaron su patria, España y Portugal y llegaron a Argentina en 1912. Ellas comenzaron su misión en el Hospital de Coronda, trabajando y sirviendo a sus hermanos como enfermeras.

Los años fueron pasando…Corría el año 1919… Una nube negra se cierne sobre la población de Totoras. Una terrible peste comenzó a azotar a este pueblo, haciendo grandes estragos. El panorama era tremendamente desolador. El hospital que todavía no había sido inaugurado, tuvo que ser habilitado para poder atender a los atacados del mal. Las personas fallecidas no podían ser veladas ni llevadas al cementerio por las calles del pueblo, por temor al contagio.
Ya eran tantas las víctimas que iba cobrando la peste, que el único médico que había en el hospital, ya no podía bastarse a sí mismo. Es entonces que recurre a golpear las puertas del Colegio “San José”, de las Franciscanas Misioneras de Nuestra Señora, para pedir la ayuda de dos hermanas.

“Si el grano de trigo cae en tierra y no muere…queda solo. Pero si muere…”
Estas palabras de Jesús calaron profundo en el surco abierto de dos corazones inflamados de amor…¡Sí!…Nuevamente era la voz del Señor: ¿“A quién enviaré?”
¿Quién irá? ¿Pedir o designar?… Y miles de preguntas y dudas se clavaron en el corazón de la buena hermana superiora. Ella recurrió a la oración…Luego reunió a sus hermanas y les expuso el pedido…Hubo un gran silencio…
Hermana María Javier: 62 años…Hermana Guillermina: 39 años…

Dos vidas y una única respuesta: ¡AQUÍ ESTAMOS, SEÑOR ¡ENVÍANOS! Se ofrecieron voluntariamente, como se habían ofrecido todas las otras hermanas de la comunidad.

Se despidieron de sus hermanas, sabiendo que como medida de seguridad durante el tiempo que estarían sirviendo en el hospital no podrían volver a la comunidad.

El 20 de octubre de 1919, ingresaron al hospital, para cuidar a sus hermanos, aliviar su dolor, reconfortarlos y prepararlos para la partida a la Casa del Padre Dios.

El trabajo era arduo, agotador, día y noche y con la constante amenaza del contagio… A pesar de todo, iban y venían solicitas, curando a uno, consolando a otro, ayudando a todos a ofrecer los sufrimientos por Aquel que tanto sufrió por nosotros.
Desde aquel día no volvieron a ver a ninguna de sus hermanas, había un muro interpuesto…
Así fueron pasando los días; la peste bubónica (transmitida por las ratas) segaba cada día más vidas… Y una mañana, María Javier se da cuenta de los signos inequívocos: está enferma. Se acuesta unos días y todavía convaleciente, se pone al trabajo nuevamente, para servir a Jesús en sus hermanos sufrientes y también a Guillermina que había contraído el terrible mal.
Débil, con fiebre, María Javier no se acobarda, hay una fuerza interior que la sostiene, la impulsa a visitar los enfermos, pasar las noches junto a los moribundos…

La hermana Guillermina, ya no puede recuperar sus fuerzas, agotada por la enfermedad, queda postrada, por la fiebre, lo mismo ocurre con la hermana María Javier pocos días más tarde.
En el despojo completo, pobres, lejos de sus hermanas, ofrecían sus vidas. Sabiendo la superiora el estado de sus hermanas, insiste una y otra vez para poder verlas, aun a riesgo de contraer el mal, hasta que después de muchas negativas, se le concede el pedido.
¡Qué encuentro aquel! Hubo pocas palabras…Es que en los momentos más grandes de la vida, el lenguaje más elocuente es el del silencio. Y hubo encuentro, que fue despedida.

-“Que no se preocupen las hermanas por nosotras…Nos vamos a la VIDA…Pronto terminará este mal. Hasta pronto…Hasta el cielo…Ahora más que nunca somos felices”…

Pasaron algunos días más…El sol caliente del verano cercano, había madurado ya las mieses y se acercaba la cosecha. Promeseras espigas, anunciaban la blanca harina para el pan que sacia el hambre de los hombres…Espigas que luego se convertirían en una Hostia de Amor…
Si, Dios, Sol de AMOR, había madurado a estas dos hermanas, espigas colmadas de una vida entregada solo a ÉL y a los hermanos…Era la hora de la cosecha

El 13 de noviembre de 1919, mueren las dos con tres horas de diferencia…Y aquel atardecer, cuando el sol se escondió entre las nubes, tiñó el cielo del color de los mártires, color de amor…
Debido a las circunstancias y por prudencia, como ya dijimos al comenzar, las personas fallecidas no eran veladas y se las llevaba al cementerio por una calle lejana a la población. Pero con ellas no ocurrió así. El pueblo no lo quiso…Y es así que las calles se vieron llenas de pobladores que venían para dar la despedida a aquellas que habían hecho realidad las Palabras del Maestro: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos”. (Jn. 15,13)
Y cuando se apagaron estas dos vidas, se volvió a encender la luz de la esperanza…Las dos semillas murieron y comenzó a florecer la vida…María Javier y Guillermina habían ofrecido su vida para que acabe la peste. Efectivamente, fueron las dos últimas que murieron. Los enfermos fueron recuperándose poco a poco y la desolación fue algo que quedó en el pasado.

María Javier y Guillermina, tenían un barco y una red…de sueños, de ilusiones, de proyectos…pero un día Jesús pasó a su lado y les dijo: “Dejen las redes … vengan conmigo” Y ellas seducidas por la mirada y la voz del Maestro lo dejaron todo y siguieron sus huellas…
Desde aquel tiempo, todo el pueblo de Totoras les rinde homenaje como “las mártires de la caridad”.

"Hagan lo que Él les diga"